Felix San Martín

martes, 9 de marzo de 2010

Don Felix

Don Felix San Martín y el periodismo

Félix San Martín constituye un verdadero símbolo en la literatura neuquina y sus trabajos basados en costumbres y hechos sobre el Neuquén de comienzos del siglo XX son un ineludible elemento de consulta para el investigador de la historia de las tierras que el conoció como “El triángulo Encantado”, luego Territorio Nacional y hoy devenida como Provincia del Neuquén.
Este verdadero pionero de la neuquinidad se convierte por su labor como productor agrario, hombre de letras, periodista, hombre público e investigador de la historia, en un verdadero hito referencial para comprender una época donde la incomunicación, la dureza del clima y las carencias de lo que aportaba la civilización, eran moneda corriente.
Según se menciona en su más conocida biografía merced al trabajo de D. Carlos Agustín Ríos; Félix San Martín llegó al paraje Quilachanquil en el actual Departamento Aluminé cuando contaba treinta y un años de una vida fructífera en lo personal y profesional.
Maestro normal, egresado del reputado Colegio de la época, el Mariano Acosta, en el año 1899, ejerció la docencia hasta 1906 alcanzando en su carrera el máximo galardón al que podía aspirar un maestro normal, Director de una Escuela Pública.
Su primer trabajo periodístico-literario lo realizó para el Diario “El Nacional” de Baradero, su pueblo natal, cuando en su condición de redactor y recorriendo caminos de la Provincia de Buenos Aires y La Pampa refleja en sus crónicas la idiosincrasia, costumbres y anhelos de los habitantes de esas tierras. Todas esas vivencias fueron volcadas luego en su primer libro al que tituló “A través de la Pampa”.Trancurría para entonces el último año del siglo XIX.
En 1907 se traslada a Neuquén y se instala en campos del paraje Quilachanquil a los que bautiza con el nombre de Estancia La Patria.
Esta estancia ubicada en el Departamento Aluminé en plena Cordillera de los Andes en el límite con la República de Chile, se convertiría con el paso de los años en un Centro Cultural, tanto para los estudiosos y artistas de la época, como para los rezagos de los pueblos originarios que aun poblaban los contrafuertes andinos.
Don Félix San Martín estableció un fluido contacto con estos últimos y la amistad que luego forjó con otro pionero y estudioso como lo fue el sabio croata Juan Benigar, le trasmitieron una especial visión del pueblo originario sometido por el imperio de las armas y la incomprensión.
Desde 1911 fue corresponsal del Diario La Nación de Buenos Aires y en el diario que fundó D.Bartolomé Mitre hizo conocer la forma de vida del territorio con el producido de su exquisita pluma.
Uno de estos artículos que se publicó en el suplemento Cultura del Centenario Diario en su edición del 1º de enero de 1937 refleja el grado de identificación que con la población originaria de la región logró, merced a la observación, contactos humanos y profundas conversaciones con Benigar.
“Los Chasques del Desierto” tal el titular del artículo que fue ilustrado en su edición por artista plástico Alejandro Sirio comienza con la intención de ubicar al lector en lo referido a los primitivos habitantes de nuestra tierra y comienza expresando:

“No puede precisarse desde que fecha data la existencia de las tribus araucanas en lo que es hoy territorio de la Patagonia. La primera mención que de ellas hacen los cronistas de la Conquista no va más allá del año 1551, al referirse a la” entrada”que entonces hiciera el capitán Don Jerónimo de Alderete, a la sazón segundo de don Pedro de Valdivia, el conquistador de Chile”.

Al respecto el Dr. Gregorio Alvarez en su obra “Neuquén, Historia, Geografía y toponimia, ubica la entrada, desde Chile de Alderete, Francisco de Villagra y Pedro de Villagra, todos capitanes de Pedro de Valdivia entre los años 1552 y 1553 quienes venían tras el mayor sueño de los conquistadores españoles, la ciudad de los Cesares.
Según lo dice Alvarez en el año 1563 es enviado también desde Chile, el capitán Pedro de Leiva, para que atravesando la cordillera se interne al oriente para investigar sobre gente y lugares. En esta expedición viaja don Pedro Mariño de Lobera, primer cronista que da noticias sobre la existencia de los Pehuenches.

D. Félix San Martín continúa diciendo en Los chasques del desierto:

“En cuanto a la lengua que hablaban, hay varias constancias que diferían en algo de los indígenas transandinos de su misma raza. Tal vez fuera una forma dialectal, o la apuntada diferencia solo consistiera en modismos regionales. Por otra parte aún se discute si los araucanos son autóctonos de Chile o una raza conquistadora llegada del Oriente en época remota a aquel país. Como quiera que sea, tenemos el hecho de la radicación de tribus araucanas en lo que es hoy la Patagonia desde un lejano pasado.

En nuestros días esta duda se ha ampliado con mayor detalle a nuestra región por que hoy se discute si los mapuches a los que los españoles llamaran araucanos invadieron a los pehuenches o junto a estos eran una sola nación.

De inmediato el talentoso investigador carga contra el criterio de los conquistadores cuando en el artículo dice:

“Ya sea por incapacidad o por el orgullo racial del conquistador que lo llevaba a mirar con desprecio todo lo que no fuera español o cristiano, lo cierto es que, no solo no cuidó de estudiar la vida de los pueblos americanos que subyugaba, sino que sistemáticamente destruyó los preciosos elementos que tal vez pudieran, sino aclarar el misterio de sus orígenes, por lo menos revelarnos los secretos de sus culturas. De ahí que los estudiosos del pasado de América vayan dando tumbos en sus investigaciones, aceptando hoy una hipótesis para abandonarla mañana ante los nuevos problemas que plantea el descubrimiento de ruinas de ciudades ciclópeas, de monumentos desconcertantes o de necrópolis misteriosas. Hay claros inmensos en los estudios de las culturas de la América precolombiana, claros que, desgraciadamente, no podrán llenarse por la pérdida absoluta del cuerpo documental que con seguridad debió existir a la llegada del conquistador, y que este, con una ceguera de la que no podrá redimirse ante la historia, destruyó bajo el anatema de herejía.
Ante la pobreza de fuentes de información cobra importancia cualquier rasgo de la vida de los pueblos aborígenes, sorprendido en la afanosa búsqueda, pues el contribuye a la reconstrucción histórica que tan penosamente van realizando los investigadores del pasado americano.”

Ya adentrándose en el tema principal del artículo que se analiza D. Félix San Martín afirma:

“Nuestros treinta años de vida fronteriza, en medio de los miserables restos de las tribus ayer señoras del desierto, y en la misma área geográfica en que ejercieron su poderío, nos han permitido rastrear algo, siquiera, de sus viejas costumbres, mantenidas en la intimidad de los “toldos” o en el recuerdo atormentado de los ancianos sobrevivientes a la catástrofe que abatió a su raza”.

Con relación a esta última expresión es bueno transcribir lo que Don Félix manifiesta en el prólogo de su libro “Neuquén”, libro cuya primera edición vio la luz en 1919 con una segunda edición corregida en el año 1930. Allí dice:

“Escribo sobre una raza vencida, ayer señora de medio continente y hoy dispersa, ambulando por los páramos andinos que el vencedor desdeña; sobre la raza màs fuerte de América, reducida por el blanco a los tres siglos y medio de empezada la conquista del Nuevo Mundo, y para la cual nadie, entre nosotros, ante su inmensa desgracia, ha tenido una palabra de conmiseración. Indios, bárbaros, salvajes, le llaman despectivamente nuestros cronistas; y algunos se detienen a enumerar los sangrientos episodios de sus malones, la crueldad de sus reacciones en la lucha a muerte que sostuvieron con variable fortuna contra las poblaciones cristianas. Yo invito a mi lector a meditar serenamente acerca de ese juicio formulado por una sola de las partes que intervinieron en la contienda tres veces secular. No se trata de sensiblerías, ni de enfermiza tolerancia. Se, pide únicamente, un poquito de justicia distributiva.
En nombre de una superior cultura, los blancos hemos ejercitado el derecho de conquista sobre razas humanas en estado social llamado por nosotros primitivo. De acuerdo. ¿Pero cuales han sido los medios de que nos hemos valido? He aquí el punto a que quiero referirme, siquiera al pasar.
La historia de esa lucha la hemos escrito los blancos, desde nuestro punto de vista, cargándolo la mano al aborigen y enalteciendo nuestras acciones. No queda constancia de la otra referencia, de la del criterio indígena sobre el mismo asunto. Pero bien puede formularla la razón serena del estudioso, oyendo a los viejos araucanos relatar, trémulo el labio, la odisea de las tribus en el desbande definitivo, los horribles sufrimientos de la huida a pie por el desierto, dejando a la vera de las sendas sus mujeres y sus hijos, muertos por la sed, el hambre, el frío y la fatiga. Nadie podía detenerse a auxiliar al agonizante: la persecución del vencedor era tenaz y no daba cuartel. Los ancianos que formaban la escolta de estas caravanas dolientes, rugían de impotencia ante la desgracia irreparable, perdida ya toda esperanza en el poder de los lanceros de la tribu, sus hijos y sus nietos, muertos unos en el entrevero de la sorpresa, dispersos otros en la inmensidad de la pampa, cerrada a los cuatro rumbos por el círculo de hierro de nuestros batallones.
La mayor parte de esos grupos de madres fueron alcanzadas por las partidas de descubierta. Sobre el mismo terreno de la captura se procedía a su distribución: las mujeres de tal edad a tal pueblo; éstas a tal otro; los chicos varones a tal ciudad; las mujercitas a aquella otra. Y las madres indias, madres al fin, veían partir a sus hijos a destinos ignorados, y luego morían de tristeza en los campamentos, destrozada el alma, maldiciendo al “huinca” que desparramaba a los cuatro vientos a los seres queridos –lo único que les quedaba después de la destrucción total de sus familias, -como los huracanes arrebataban la arena de los médanos natales.
Se acusa de crueles y sanguinarios a los indios ¿lo fueron menos con ellos los cristianos?.

Es, a no dudar, este pensamiento de Félix San Martín, un reconocimiento de una cruel e histórica injusticia para con el pueblo originario del Neuquén y lo hace conocer cuando aún no existía la corriente de opinión que con los años trató de entender esa gran tragedia, que de otra manera no se puede calificar, que hizo desaparecer casi en su totalidad una cultura que tenía como principal motivo el desarrollo de hombre en una superior conjunción con la naturaleza.

Y es en ese entendimiento en el que puede comprenderse el artículo escrito en 1937 y que en este trabajo se comenta.

Sigue diciendo San Martín en su artículo Los Chasques del Desierto, publicado el 1º de enero de ese año:

“La naturaleza del medio Geográfico en que viven los pueblos primitivos imprime a sus hábitos y costumbres caracteres que son su reflejo. Las tribus araucanas, dispersas en el amplio sector comprendido de Norte a Sur entre los ríos Barrancas y Limay, y de Esta a Oeste entre el macizo de los Andes y la vastedad de la Pampa, debieron ajustar sus métodos de vida a las imposiciones de su inmensa heredad. Pensar que su existencia se desenvolvía como la de una de las tantas especies de la fauna regional, como la incomprensión de algunos autores supone, es caer en el mismo error en que incurrieron los conquistadores ignaros y brutales. Su ética acusa un agudísimo espíritu de observación, sin el cual fatalmente hubieren perecido, o descendido a un nivel bestial. Escrutaban los misterios de la naturaleza con su provecho de salvadoras enseñanzas; y lo que para muchos de nosotros o serían sino supersticiones ridículas, tal vez encierran penetraciones profundas en el arcano del cosmos.

Don Félix San Martín se ubica en el tiempo y en las circunstancias de este incomprendido pueblo originario cuando afirma:

“Sin que eso importe una irreverencia, nos atreveríamos a afirmar que el hombre urbano de nuestros días, perdido el contacto con la naturaleza, esta incapacitado, no solo para comprender, sino hasta para acercarse a ciertos fenómenos que rigen la vida, entendiéndose esta en su más lato concepto. Hay cosas realmente sorprendentes en los conocimientos de los indígenas en ese sentido. Alguna otra vez nos referiremos a ellas, pues hoy debemos limitarnos al tema objeto de esta colaboración pedida por el gran diario en que aprendimos a leer. Uno de los problemas más serios de la vida de las tribus regionales debió ser el de la mutua comunicación. Si bien parece ser que vivieron en un cuasi perpetuo estado de guerra, motivado por ambiciones de predominio de los caciques, por la disputa de los campos de caza, cusas tan humanas como idénticas a las que en todos los tiempos determinaron los conflictos armados entre los pueblos hubo períodos mas o menos largos de paz. Y era entonces cuando volaban a través de las distancias los mensajes de congratulación por sucesos prósperos, o por adversidades espiritualmente compartidas, llevadas de viva voz, ya que se carecía de escritura, por los chasques, figuras de singular significación en la vida azarosa del desierto, cuyo relieve se agrandaba en los casos frecuentes en que por su intermedio se pedía, dentro de un término perentorio, una alianza para hacer la guerra o para afrontar a la que se era provocado.

Particularizando sobre el chasque y su ubicación en la organización de la tribu el autor
agrega:

“Este interesante personaje de la vida del desierto debía reunir condiciones especiales que le permitieran el feliz desempeño de su difícil profesión. Su campo de operaciones era la solitaria inmensidad de montañas y llanuras, en las que a los peligros del acecho del enemigo se unían los riesgos de un clima bravío y los no menos ciertos del vado de ríos caudalosos y arrolladores torrentes. Esto exigía físico robusto hecho a la fatiga y la intemperie, capaz de soportar hambre y sed, fuerte voluntad para vencer las mil contingencias propias de largos viajes a campo traviesa, sagacidad para sortear lo imprevisto, memoria extraordinaria para trasmitir fielmente el mensaje del cual muchas veces dependía la existencia de su parcialidad, cuando no el éxito o el fracaso de la gestión que motivaba su viaje, perfecto conocimiento de toda las rutas, aun de las más ocultas en la fragosidad de las montañas y en la temidas “travesías”, seguridad para rumbear en la noche llevando de guía las estrellas, ojo experto de rastreador para individualizar los rastros que encontrara en la huella. Debía resumir en fin, la ciencia del desierto, en la que desde el grito de las aves hurañas hasta la nube que vuela en las alturas, tiene su lenguaje, y saber jugarse la vida sin un temblor en las carnes ni en el ánimo.
Se explica, entonces, el esmero que se ponía en la elección y formación de tal sujeto, que en el orden de la vida de las tribus asumía un papel importantísimo, y a quien se rodeaba del respeto de todos y de la estima de los jefes. Todo esto nos lo explicaba un araucano octogenario con visible satisfacción ante el interés que mostrábamos escuchándole.

Como en todo orden de la vida de la humanidad la educación que se ha concentrado en la transmisión de conocimientos y valores han desarrollado a los pueblos. Desde el “Homo Sapiens” hasta nuestros días esa premisa es de una importancia capital y los pueblos originarios no fueron diferentes y los métodos empleados en este caso tienen un valor agregado que significa el respeto por la experiencia aquí representada en aprovechar la de los mayores. Y San Martín destaca esta experiencia de vida cuando afirma:

“De entre los niños de la tribu se elegían los más despiertos, no importaba su número, y un anciano comenzaba a aleccionarlos. Comenzaba primero a enseñarles a hablar con dicción clara y enfática, haciéndoles repetir frases al caso. Durante la lección os alumnos debían permanecer de pie, bien plantados y erguida la cabeza. Luego se les mandaba a un toldo vecino con un recado cualquiera, el que debían transmitir en la rígida actitud ritual. Repetido este paso tantas veces como fuera necesario, hasta obtener un desempeño correcto del educado, se alargaban las distancias de la prueba y la extensión de los recitados. De ahí se pasaba a recorridas a caballo, que a su vez iban alargándose paulatinamente, y en los que la rapidez de la marcha entraba a tener tanta importancia como la fidelidad en la transmisión del recado. Este debía vocearse a la puerta del “toldo” indicado sin que el pequeño jinete se desmontara, y escuchada la respuesta volvía al punto de partida, donde se repetía la misma escena.
Tal aprendizaje duraba años, hasta que llegados los muchachos a la pubertad, se les sometía a pruebas severas, lanzándoles a puntos lejanos a través del desierto, palenque futuro de sus correrías tras la caza y de los lances inciertos del “malón”.
Probada la aptitud profesional, el “mocetón” quedaba de hecho incorporado de hecho al grupo de chasques de la tribu, en la que no era extraño que la mitad de sus lanceros lo fueran.
Es presumible que las tribus, antes de tomar posesión del caballo, formaron sus chasques peatones por los mismos procedimientos que acabamos de reseñar. Múltiples versiones de los cronistas de América refieren casos asombrosos de la rapidez con que corrían los aborígenes. Los querandíes alcanzaban por pie al venado y al ñandú; los chasques del Inca cubrían distancias enormes en tiempos increíbles; los araucanos llevaron desde el Mapocho al Cautín, con pasmosa rapidez la noticia de la aparición del hombre blanco en sus fronteras. Y así como fueron grandes corredores pedestres, luego que montaron a caballo se convirtieron en jinetes infatigables, señoreando el desierto por espacio de tres siglos merced a la adopción del nuevo elemento que el destino puso en sus manos. Desde entonces se agrandó su poderío, porque virtualmente no hubo para ellos distancias, cruzando el continente de mar a mar en el galope fantástico de sus “malones” pues así como ellos fortificaban su físico con el ejercicio y la intemperie, adiestraron sus caballos y les dieron un fondo que hoy nos parece de leyenda. Sus chasques han tranqueado el desierto en todos los rumbos, ora llevando los pedidos de alianza para la “invasión” inminente, ya el aviso de la “entrada” del cristiano en sus dominios, o bien el llamado a parlamento para dirimir cuestiones de su política interna. Viajes fabulosos por las distancias cubiertas y los tiempos empleados documenta la capacidad de hombre y bestia para actuar en aquel medio rudo, como que al fin ambos eran sus criaturas.

Finalmente D. Félix San Martín describe casi en forma poética la labor de este particular integrante del pueblo originario que sabía aprovecharse de la naturaleza para cumplir sus fines y los de su pueblo sin dejar nunca de respetarla y conocerla:

“Bien podemos evocar la figura legendaria del chasque del desierto sobre el mismo terreno de sus proezas. Parécenos verle trotar por el sendero que faldea la montaña cubierta por un ligero manto de nieve en una madrugada otoñal. Jinete de su fuerte pingo serrano, ceñida la frente por la vincha roja que sujeta su melena, estropeada la casaca de cuero, deshilachado el chiripá por las espinas del bosque, calzadas sobre las botas de potro las nazarenas, la lanza terciada sobre el arcón, boleadoras a la cintura, la mirada inquieta escrutando hacia todos los rumbos, bien está en el paraje montañés de severa belleza. Diríase un halcón cetrino llevando a la lejanía quien sabe que mensaje……..

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